“El día que moví los muebles... ”
- Malena

- Jul 25
- 3 min read

—Y todo lo que tambien se movió dentro de mí —
He vivido en muchas casas. Tal vez demasiadas.
Torreón. Argentina. Luego de regreso a Torreón. Saltillo. Morelia. Querétaro. Otra vez Morelia. Ciudad de México. Monterrey. CDMX otra vez. Moroleón. Los Ángeles. De nuevo CDMX. Y ahora Houston, por mencionar solo algunas.
Y entre una ciudad y otra, una mudanza tras otra. Una maleta. Un rincón prestado en el mundo. A veces sola. A veces con alguien. A veces con la mitad de mí queriendo quedarme, y la otra mitad ya con un pie afuera.
Con Juan Pablo —mi compañero de vida— nos hemos mudado catorce veces en los últimos diez años. Y siendo sincera, este ir y venir no empezó con él. Empezó mucho antes. Tras la separación de mis padres, me fui a vivir con mi papá. Yo tenía unos doce años. Nos fuimos casi con lo puesto. Desde entonces, viví en muchos lugares sin saber exactamente dónde quedarían mis cosas… o qué partes de mí estaba dejando atrás con cada cambio.
Hace poco, platicando con Nancy —mi mejor amiga de toda la vida— recordamos la casa de mis papás en Torreón. Ella la visitaba seguido. Me preguntó qué había pasado con todo: los muebles, los libros, los cuadros. Y me di cuenta de que no lo sé. Se perdió tanto. Me hubiera encantado conservar esas piezas de mi familia, de mi historia. Pero la mayoría simplemente desapareció.
Y sin embargo, no fue sino hasta hace unos días que algo realmente se asentó.
Después de casi cuatro años viviendo en esta casa.
Después de habitarla sin sentir que era mía.
Después de llegar con ilusiones que se quedaron en cajas cerradas.
Después de que la vida me zarandeara una vez más —con enfermedad, pérdidas, colapsos emocionales—.
Después de sentirme invisible, desubicada, pequeña, rota… incluso mientras seguía respirando.
Después de dieciocho meses de quimioterapia que no me permitían tener fuerzas ni para lo más mínimo…
Un día, sin planearlo mucho… moví los muebles.
Y aunque parezca algo simple, ese gesto resonó en lo profundo. Sentí que con el sillón también estaba moviendo el duelo. Que con la repisa estaba reacomodando mis miedos.
Que al fin estaba diciendo: ya no estoy esperando que me salven.
Ya no sobrevivo en piloto automático.
Estoy aquí. He vuelto. Y he recargado mi fuerza, una vez mas.
Y sí. Hoy estoy bien.
No perfecta.
No sin cicatrices.
Pero sí, conmigo.
Con mi historia. Con los pedacitos rotos que he logrado remendar. Con un cuerpo que se siente más fuerte poco a poco, más adaptado. Con una mirada más clara. Con un corazón que por fin se siente más ligero.
Hoy también estoy en paz con JP. Después de tantas tormentas, hemos aprendido a escucharnos, a respetarnos, a estar realmente el uno para el otro. Nuestro matrimonio se ha vuelto más consciente, más amable —y sí, más fuerte—. Caminamos ahora de la mano. Compartimos lo bueno, lo difícil y lo cotidiano.
Y con Bubu —nuestro perrhijo amado, el alma peluda de esta familia— nos recuerda todos los días lo que realmente importa.
Porque sí: hoy esta casa sí se siente como hogar.
Y yo también.
He echado raíces.
Raíces fuertes, hondas y profundas que salen desde dentro de mí.
Y si algún día la vida nos llama a movernos otra vez, lo haremos desde otro lugar. No desde la huida, sino desde la gratitud. Con maletas más ligeras, corazones más firmes, y la certeza de que donde sea que vayamos… sabremos construir un hogar otra vez.
Porque el hogar se construye desde el alma. 🥰
Como siempre, gracias por acompañarme en este viaje.
Ayúdame a compartir si crees que a alguien más le puede tocar el alma 🙌Nos leemos en el próximo post.
Con todo mi cariño, Malena 💕🌿