El Juego de la Vida
- Malena

- Sep 20
- 6 min read
Aquí de vuelta… con algo que contar

Hace tiempo que no escribía aquí. Y no fue por falta de ganas, sino porque estaba trabajando en silencio, hacia adentro. A veces la vida nos pide eso: callar un rato, mirar hacia dentro y dejar que las piezas se acomoden antes de poder contarlo.
Hoy siento que es momento de compartir lo que he ido entendiendo en este tiempo. Porque creo que, en el fondo, todos estamos jugando el mismo juego: el juego de la vida. Y cuando digo “juego”, no lo digo para restarle importancia; al contrario, lo digo porque creo que hemos olvidado cómo jugarlo sin miedo.
Para explicarlo mejor, imagina a un bebé que empieza a caminar. Se pone de pie, da dos pasitos y de pronto… ¡pum!, al suelo. Pero lejos de asustarse, muchas veces se ríe y vuelve a intentarlo. El bebé no conoce el miedo ni la vergüenza; solo sabe que quiere llegar a algún lugar y tiene la determinación suficiente para hacerlo.
Porque los bebés no saben del pasado ni del futuro. Su mundo es el presente. No se quedan pensando en la caída de hace un momento, ni imaginando si volverán a caer. En su mente no existe ese “¿y si?” que a los adultos nos persigue todo el tiempo. Simplemente viven. Caen, se ríen, se levantan, vuelven a intentarlo… como si cada instante fuera nuevo y no cargara con la historia del anterior.
Nosotros, en cambio, con los años empezamos a vivir cada día arrastrando todos los días anteriores. Caminamos con miedo al error porque creemos que dice algo de quiénes somos. Y así, poco a poco, olvidamos esa libertad que un bebé tiene de caer sin miedo, reír sin culpa y volver a intentarlo sin el peso del pasado ni la ansiedad del futuro.
El Tablero y el Contrincante Equivocado
Con el tiempo, empezamos a creer que el juego de la vida es contra otros: que la familia, la pareja, los compañeros de trabajo, la sociedad, los diferentes eventos mundiales… como si todo fuera una competencia donde tenemos que demostrar algo. Pero no es así.
La realidad es mucho más simple: cada uno juega en su propio tablero. Y ese tablero es tu cuerpo, tus emociones, tu mente, tu vida interior. Nadie más puede jugar ahí, porque nadie más siente lo que tú sientes ni vive lo que tú estas viviendo.
En mi caso, los primeros “contrincantes” que aparecieron en mi juego, como en el de todos, fueron los más cercanos: mi familia. Padres, abuelos, parientes… cada uno con su propia perspectiva de lo que la vida debía ser y con una necesidad inmensa de imponerla, no solo en mí, sino en todos los que formábamos parte del clan.
Pero había una contradicción enorme. Uno de mis primos, Antonio, era uno de los pocos que siempre me trataba bien y con respeto. Yo lo buscaba mucho porque con él sí me sentía segura: él no me tocaba ni abusaba de mí. Además, nos encantaba bailar. Cada vez que podíamos íbamos a bailes, fiestas o cualquier lugar donde hubiera música, y éramos tan buenos que la gente se hacía en círculo para vernos bailar.
¿Y qué hizo mi familia? Nos prohibió salir juntos porque ese comportamiento no era adecuado. El único que me trataba con respeto era visto como una amenaza… ah, pero con los otros tíos y primos —los mismos que sí me tocaban inapropiadamente, que sí abusaban de mí—, con ellos no había ningún problema. Con ellos sí podía salir.
Ahí fue cuando entendí que el juego estaba torcido desde el principio. Que las reglas que mi familia quería imponer no eran para protegerme ni para mi bien; eran para mantener un orden que a mí me destruía. Y algo dentro de mí sabía que si seguía ese guion, me perdería por completo. Por eso, al final, tuve que cortar lazos con muchos de ellos para dejar de sentirme como la oveja negra, que según ellos yo era, y recuperar mi estabilidad emocional, mi propio juego.
Te lo pongo así: imagina que vas por un sendero en medio del bosque. Hay otros caminando a tu lado, algunos más adelante, otros más atrás. Pero cada quien lleva su propio camino, con sus propias piedras y flores, con sus propias subidas y bajadas. El hecho de que alguien tropiece no afecta tu camino; el hecho de que alguien llegue antes a cierto punto tampoco cambia el tuyo. No es una carrera. No estás en ninguna competencia.
Y sin embargo, gastamos tanta energía comparándonos con los demás, como si ellos fueran nuestros contrincantes, cuando en realidad ni siquiera están en nuestro tablero.
La Mente: Saboteadora y Aliada
Aquí es donde el juego se pone interesante. Porque cuando dejamos de ver a los demás como contrincantes, descubrimos que el verdadero rival ha estado siempre en casa: nuestra mente.
La mente es traviesa. Le encanta alimentar recuerdos viejos, revivir emociones pasadas como si fueran nuevas, inventar diálogos que nunca ocurrieron o que ya no importan. Nos distrae del presente con “y si hubiera hecho esto” o “y si hubiera dicho aquello”. Nos mantiene enganchados a culpas, miedos, enojos… como si al repetirlos una y otra vez pudiéramos cambiar el resultado.
Lo peor es que la mente no descansa: puede sabotearte en el silencio de la madrugada o en medio de la risa con amigos. Te susurra dudas, te recuerda errores, te hace creer que el juego es más difícil de lo que realmente es.
Porque tu mente lleva años entrenándose para ser tu mejor saboteadora. Si ya te diste cuenta de lo que te dice cada día, de cómo te hace perder el equilibrio, la confianza en ti misma, entonces ahora es momento de darle un giro: entrenarte junto con tu mente para que sea tu mejor aliada.
Que esa voz, en lugar de tirarte al suelo, te edifique. Que en lugar de recordarte una y otra vez tus errores, te enseñe lo que aprendiste de ellos. Que en lugar de llenarte de miedo, te dé razones para confiar en ti.
La mente puede ser ese entrenador rudo que parece exigente y cruel, pero que si aprendes a escuchar lo que importa y a ignorar el ruido, te saca una fuerza que no sabías que tenías. Porque cuando entiendes que tu mente es tu rival más terco… y tu mejor maestro, lo has entendido todo.
Vamos a hacer un ejercicio… y una meditación
Antes de cerrar, quiero invitarte a hacer algo muy sencillo. No necesitas nada especial, solo un momento contigo mismo.
1. El ejercicio:
Toma papel y pluma (o tu teléfono si prefieres) y escribe tres recuerdos. Solo tres. Esos que vuelven a tu mente una y otra vez. No los analices, no los juzgues, no busques que tengan sentido. Solo escríbelos.
Cuando termines, observa cómo te sientes. ¿Qué emociones aparecen? ¿Qué notas en tu cuerpo?
Yo empecé con los recuerdos que más me hacían retorcer las tripas, esos que con solo pensarlos me revolvían por dentro. Y descubrí algo: esa “emoción” era el alimento favorito de mi mente. A la mente le resulta casi delicioso revivir esas escenas una y otra vez, como si cada repetición fuera un festín. Se aferra a cada detalle: lo que se dijo, lo que no se dijo, lo que pudo haber pasado y no pasó.
Con el tiempo entendí que la mente no busca paz; busca estímulo. Y para ella, el drama, el dolor o la culpa son un manjar. Mientras más intenso es el recuerdo, más grande es el banquete. Y así, sin darnos cuenta, le seguimos sirviendo el mismo plato día tras día, sin notar que somos nosotros quienes le abrimos la puerta para que se siente a la mesa.
Cuando pude ver eso con claridad, entendí que mi trabajo no era dejar de recordar, sino aprender a observar esos recuerdos sin darles combustible. Mirarlos con la misma calma con la que uno mira el fuego apagarse: sí, hubo calor, hubo llamas… pero ya no me estan quemando.
2. La meditación
🎧 Ponte los audífonos, dale play y deja que la meditación guiada a continuación te acompañe en estos minutos de calma y liberación.

Vamos a jugar
El juego de la vida no es para ganarlo. Es para jugarlo. Y cuando entiendes que el rival nunca fue el de afuera, sino tu propia mente —esa misma que puede pasar de ser tu saboteadora a ser tu mejor aliada— y que las personas que pensabas que eran tus contrincantes solo eran distractores, entonces empiezas a disfrutar cada jugada, sobre todo las caídas.
Espero que mi experiencia, en todos los sentidos, les resulte útil de alguna forma. Esto me ha ayudado a liberarme de muchas cargas innecesarias —quizá porque ya estoy con una pata en el más allá que aquí—, pero quiero que mi viaje sea más ligero y disfrutarlo al máximo.
Esto no termina aquí. Pero para quienes quieran seguir, se darán cuenta de que es un trabajo intenso y que toma tiempo. Por eso lo he dividido en tres partes, para darles espacio para digerir cada una. En el próximo post iremos más profundo: viajaremos a nuestros recuerdos más antiguos y descubriremos qué hilos los conectan, qué historias hemos repetido sin darnos cuenta… y cómo podemos empezar a transformarlas.
Nos vemos en el siguiente post, amigos. Denle like, compártanlo con quien lo necesite, y reciban un gran abrazo y mucho amor de mi parte. 💛
Con todo mi carino, Malena 🌿